martes, 12 de abril de 2016

¿Más información es más conocimiento?




La primera célula eucariótica tardó dos mil millones de años en compartir información con otra célula para dar origen a las primeras sociedades celulares o lo que los científicos consideran como las primeras formas de vida multicelular, el desarrollo del resto de todo el reino animal tomó "apenas" 700 millones de años (Rodolfo Llinás, El cerebro y el mito del yo). 

Tanto en el orden genético y biológico, como en el cotidiano, las especies que mejor han manejado el intercambio de información han sido las más exitosas. Cuando un homínido aprendió a usar un palo como herramienta para tumbar frutas, esa experiencia, que es conocimiento empírico, se vuelve información para que el otro aprenda ese procedimiento y pueda obtener un mejor resultado. Así de simple. Aprendemos de las experiencias de otros para resolver problemas. Ese aprendizaje se hace a través de la información compartida por el experto, es decir quien primero lo aprendió a través de la experiencia. Para compartir esa información el "experto" se puede valer de gestos, signos, palabras o bytes. Nuestro cerebro, que es el órganos más poderoso hasta ahora conocido para procesar, analizar, almacenar  y transmitir información, recibe la información, la procesa, analiza y almacena, para luego utilizarla y tomar la decisión que más se acomoda a la necesidad del individuo.

Pero la información hoy día no viaja a paso de célula eucariótica si no a la vertiginosa velocidad de la red por fibra óptica. Y con ella, con la información, avanza la sociedad. Cada día estamos expuestos a más y más datos, a más y más información. Hemos construida una sociedad altamente comunicada, usando herramientas que van desde las señas al habla, la escritura, la tabla de arcilla, el papiro, el libro y hoy día las Tics para transmitir información y constituirnos, para bien o para mal, en la especie más exitosa de la tierra.

El cerebro humano, órgano central del sistema nervioso, como se dijo anteriormente, es el órgano más completo para manejar, organizar e interpretar información, hasta ahora conocido. Todos los seres que poseen movimiento, también tienen un sistema nervioso que les permite hacer la misma función, pero ninguno con la complejidad que tiene el del ser humano.


Entender cómo funciona el cerebro es fundamental para entender cómo adquirimos conocimiento. Una de las funciones más asombrosas del cerebro es la memoria, la cual tiene una gran importancia para la consolidación del conocimiento. Esta función está ubicada principalmente en el lóbulo frontal. 

Pero en ésta época de una frenética exposición a información (google, redes sociales, smartphones, etc.) surge la pregunta de cómo afecta nuestro cerebro esta situación. Somos más efectivos e inteligentes por que tenemos más información, o por el contrario, al tener la información siempre disponible, a un clic de distancia, nos hacemos lentos, perezosos para adquirirla y procesarla y nuestro cerebro pierde versatilidad.

Esta discusión está desde hace rato en la palestra. Nicholas Carr, Vargas Llosa, entre otros, consideran que la sobre exposición a mucha información impide la concentración y nos hace autómatas que respondemos a un estímulo pero que no hacemos ningún tipo de análisis de lo que recibimos constantemente. La respuesta desde la neurociencia (Facundo Manes) es que desde siempre nos hemos valido de recursos externos a nuestro cerebro para almacenar información. Tablas de arcilla, libros y hoy día el computador e Internet. Dice Manes que debemos regular nuestros recursos cognitivos, no para almacenar la información en nuestro cerebro, si no para aprender a acceder a ella de manera oportuna. Una perspectiva que las Bibliotecas tenemos clara desde hace rato y que hemos venido fortaleciendo con cursos sobre Desarrollo de Habilidades de Información (DHI o ALFIN). "Si aprendemos que la capacidad para acceder a un dato esta tan solo a una búsqueda en Google de distancia, decidimos entonces no destinar nuestros recursos cognitivos a recordar la información, sino a cómo acceder a la misma." 


En última instancia lo que importa es la disponibilidad, acceso y uso efectivo de información para generar conocimiento y seguir haciendo lo que siempre hemos hecho: Responder de manera adecuada a las exigencias del entorno. Por eso el hecho de que ahora tengamos más información disponible nos obliga a ser más efectivos en saber distinguir las fuentes de información y su calidad (Libros, revistas, páginas web, bases de datos, etc.) y  a ser más analíticos y críticos respecto a lo que encontramos en esas fuentes de información.

Comparto el siguiente aparte del libro Usar el cerebro, de Facundo Manes donde trata este tema con mucho acierto.





¿Qué están haciendo las nuevas tecnologías con nuestro cerebro?

La tensión entre la exaltación y el pesimismo en nuestras sociedades es un fenómeno que se realza frente a las grandes transformaciones de la cultura. Apocalípticos e integrados, como los llamaría Umberto Eco, pugnan por interpretar cualquier novedad de acuerdo con sus expectativas. La invención de Internet generó una de las grandes revoluciones de la historia de la civilización, ya que modificó de cuajo las prácticas de sociabilidad, comunicación y acceso a la información. La sociedad digital se extiende de manera vertiginosa y transforma aspectos fundamentales del ser humano.

Una de las grandes transformaciones de esta nueva realidad se da a partir de la idea de un presente permanente y de una totalidad abarcable con solo presionar un botón para la navegación por la web (pero podríamos ampliar a la telefonía celular, el e-mail, el chat, el uso de redes sociales, etc.).

Como hemos dicho, existen diferentes tipos de memoria que involucran diferentes áreas cerebrales, siendo el lóbulo frontal el principal motor de búsqueda de nuestro cerebro. Asimismo, esta área del cerebro se asocia con la memoria de trabajo, es decir, con esta capacidad de mantener la información en la mente disponible para su manipulación. El lóbulo frontal es también fundamental para la capacidad de realizar diversas tareas simultáneamente manteniendo en la mente una meta principal y de orden superior. Además, esta área del cerebro está relacionada con nuestra atención, es decir, con la capacidad de focalizar en cierta información a expensas de otra, de cambiar de una a otra o de atender (alternadamente) a dos fuentes de información al mismo tiempo.

Vale preguntarnos entonces qué cambios precisara nuestro cerebro en constante adaptación a partir de que nos enfrentamos a esta nueva manera de procesar la información. Esta situación que promueve el acceso de la información de manera absolutamente distinta a como resultaba hace cincuenta años también moviliza a reflexionar hasta qué punto nuestro cerebro puede sostener esa  estimulación operativa y esas tareas múltiples. No es casualidad que sea entonces el lóbulo frontal el área que ha ganado más espacio en nuestra evolución.

Es importante tener en cuenta que cierta sobreexigencia puede derivar, sobre todo cuando el cerebro está en desarrollo, en un trastorno compulsivo. La persona que transita largas sesiones conectada en detrimento de otras actividades, con necesidad imperiosa de conectarse y gran malestar si no puede, con dificultades para autolimitarse y con efectos nocivos en su estado de ánimo (usualmente depresión y ansiedad), tiene los síntomas más frecuentes de este trastorno adictivo.

Esto no significa que los usos normales de estas tecnologías lleven a esta condición, sino que, por lo general, quienes la padecen son personas que presentan una neurobiología particular que los hace más vulnerables a caer en estas conductas compulsivas.

Borges (otra vez Borges) describió en uno de sus relatos a la de Babel como una biblioteca total e interminable, con una naturaleza informe y caótica, pero que a través de ella el universo estaba justificado, que con ella el universo había usurpado bruscamente las dimensiones ilimitadas de la esperanza. Muchos leyeron esto como una alegoría anticipatoria de Internet. Parece ser que también, cuando se trata de nuevas tecnologías y neurociencias, se debe invocar al maestro.

El efecto Google

Desde hace un tiempo los titulares del mundo se hicieron eco de supuestos efectos amnésicos de Internet, como si Google fuera una maldición en el hipocampo. Como una extraña paradoja, supimos de esto a través de esa misma tecnología acusada de ser promotora de la holgazanería de nuestro cerebro. Podemos referirnos, como ejemplo, a una nota publicada por la columna periódica que escribe Mario Vargas Llosa para el diario La Nación de Buenos Aires. La columna es del sábado 6 de agosto de 2011 y se titula: "Más información, menos conocimiento". Como se ve, la hipótesis es muy clara y contundente desde el título, y con buen tino hace prever el tema que tratará y su desarrollo argumentativo. En el último párrafo de la columna, el premio Nobel peruano dice: "Yo carezco de los conocimientos neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y experimentos que describe en su libro [se refiere a Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, de Nicholas Carr]". Atendiendo a estas salvedades explicitadas por Vargas Llosa, creemos conveniente poder aportar información sobre ciertas investigaciones que se están realizando desde la neurobiología y, de esta manera, complementar las apreciaciones realizadas.

Lo que sugieren los estudios apocalípticos sobre internet citados en el artículo es que los procesos de la memoria humana se están adaptando a la llegada de nuevas formas de tecnología y comunicación. Y que esta adaptación es perniciosa para el cerebro porque lo libera de un entrenamiento necesario para su buena salud: "Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos", dice Vargas Llosa sintetizando estas posturas. Debemos recordar que, para nuestra evolución, este proceso adaptativo no es novedoso ya que, por ejemplo, hemos aprendido desde tiempos remotos que cuando no sabemos algo podemos preguntarle a otra persona que si lo sabe o, muchos siglos más acá, consultar documentos escritos o bibliotecas para transformar la duda en una certeza. En este caso que refiere Vargas Llosa estamos aprendiendo que es lo que la computadora sabe y cuando debemos acceder a su conocimiento para asistirnos en nuestro propio recuerdo.

En otras circunstancias ya se dio de igual modo la preocupación por las novedades tecnológicas ligadas a la información y el impacto en nuestra mente. Sin embargo, el ser humano aún goza de buena salud. Estos procesos críticos nos permiten, más bien, dar cuenta de un aspecto fundamental de nuestra conformación biológica: la naturaleza limitada de la propia memoria. Como todo bien limitado, actuamos en consecuencia protegiéndolo y  utilizándolo con un sentido de la oportunidad. Si aprendemos que la capacidad para acceder a un dato esta tan solo a una búsqueda en Google de distancia, decidimos entonces no destinar nuestros recursos cognitivos a recordar la información, sino a cómo acceder a la misma.

A diferencia de lo que plantea Vargas Llosa en su artículo (que la inteligencia artificial "soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, sus esclavos", por ejemplo), buscar instintivamente la información en Google es un impulso sano.

Todos hemos utilizado Google para bucear en recuerdos vagos o corregir algún dato inexacto. Sobre este último punto, muchas veces también se desestima la autoridad de los datos extraídos de Internet ya que no es el lugar más confiable para precisiones y exactitudes. ¿Y quién puede decir que si lo es nuestra memoria? Cuando uno experimenta algo, el recuerdo es inestable durante algunas horas, hasta que se fija por la síntesis de proteínas que estabilizan las conexiones sinápticas entre neuronas.

La próxima vez que el estímulo recorra esas vías cerebrales, la estabilización de las conexiones permitirá que la memoria se active. Cuando uno tiene un recuerdo almacenado en su cerebro y se expone a un estímulo que se relaciona con aquel evento, va a reactivar el recuerdo y a volverlo inestable nuevamente por un periodo corto de tiempo, para volver a guardarlo luego y fijarlo nuevamente en un proceso llamado "reconsolidación de la memoria". La evidencia científica indica que cada vez que recuperamos una memoria de un hecho, esta se hace inestable permitiendo la incorporación de nueva información. Cuando almacenamos nuevamente esta memoria contiene  información, adicional al evento original. En otras palabras, muchas veces  aquello que nosotros recordamos no es el acontecimiento exactamente cuál fue en realidad, sino la forma en que fue recordado la última vez que lo trajimos a memoria.

El uso de la web como un banco de la memoria es virtuoso. Nos ahorramos espacio en el disco duro para lo que importa y, en todo caso, al entender a Internet como una red, nos trae a cuenta una información variada, un conjunto de voces frente a las cuales el usuario es soberano. Si un hecho almacenado en forma externa fuese el mismo que un hecho almacenado en nuestra mente, entonces la pérdida de la memoria interna no importaría mucho. Pero el almacenamiento externo y la memoria biológica no son la misma cosa. Cuando formamos, o consolidamos, una memoria personal, también formamos asociaciones entre esa memoria y otros recuerdos que son únicos para nosotros y también indispensables para el desarrollo del conocimiento profundo, es decir el conocimiento conceptual. Las asociaciones, por otra parte, continúan cambiando con el tiempo, a medida que aprendemos más y experimentamos más. La esencia de la memoria personal no son los hechos discretos o experiencias que guardamos en nuestra mente, sino la cohesión que une a todos los hechos y experiencias.

No existe ninguna evidencia científica de que las nuevas tecnologías estén atrofiando nuestra corteza cerebral. Lo que si podemos aseverar es que fue esa misma tecnología la que nos permitió estudiar el cerebro in vivo a través de, por ejemplo, la resonancia magnética funcional, y con ella, conocer más del cerebro en las últimas décadas que en toda la historia de la humanidad. Estas investigaciones nos hicieron posible, además, precisar y tratar ciertas enfermedades neurológicas inabordables hasta hace poco tiempo.

En el clásico Fedro de Platón se cuenta el dialogo que mantuvieron el rey Tamo y Theuth sobre la invención de la escritura. Theuth está exultante por esta novedad que, dice, servirá para aliviar la memoria y ayudar a las dificultades de aprender. El Rey lo refuta diciendo que la escritura "solo producirá el olvido, pues les hará descuidar la memoria; y filiándose en ese extraño auxilio, dejaran a los caracteres materiales el cuidado de reproducir sus recuerdos cuando en el espíritu se hayan borrado". Tampoco la escritura, dice el Rey, será un buen instrumento de las personas para el conocimiento, "pues cuando hayan aprendido muchas cosas sin maestro, se creerán bastante sabios, no siendo en su mayoría sino unos ignorantes presuntuosos". Aquellos argumentos que hacen miles de años justificaban el malestar sobre la escritura, hoy se reiteran con una similitud sorprendente para Internet habiendo virado hacia el lado del bien eso otrora maldito.

Como no lo hicieron la escritura artesanal ni la imprenta, Internet no corroerá los mecanismos eficaces de pensamiento ya que las virtudes de la interacción social siguen siendo centrales para comprender. En un experimento realizado por Patricia Kuhl y colaboradores en Estados Unidos, tres grupos de niños que se criaron escuchando exclusivamente ingles fueron entrenados: un grupo interactuaba con un hablante del idioma chino en vivo; un segundo grupo veía películas del mismo hablante; y el tercer grupo solo lo escuchaba a través de auriculares.  El tiempo de exposición y el contenido fueron idénticos en los tres grupos. Después del entrenamiento el grupo de niños expuesto a la persona china en vivo supo distinguir entre dos sonidos con un rendimiento similar al de un niño nativo chino. Los niños que habían estado expuestos al idioma chino a través del video o de sonidos grabados no aprendieron a distinguir sonidos, y su  rendimiento fue similar al de los niños que no habían recibido entrenamiento alguno. Esto indica que la clave del conocimiento, la memoria y el desarrollo de la especie sigue siendo no lo que el individuo hace consigo mismo ni con la tecnología sino el puente que construye con sus semejantes.

Mario Vargas Llosa dice que después de leer de un tirón Superficial de Nicholas Carr quedo fascinado, asustado y entristecido. Una respuesta desde la neurobiología quizás pueda morigerar esa apesadumbrada sensación. Otra, desde la intuición. En general, las personas siguen conversando sobre sus cosas además de escribir y leer atentamente, y también usan cotidianamente Internet. De hecho no sería extraño ver en un mismo bar de una ciudad como Buenos Aires a dos viejos amigos que conversan efusivamente de la vida, mientras en otra mesa un profesional termina un proyecto en su computadora personal y, en otra, una persona de cualquier edad está encantada leyendo un libro del propio Vargas Llosa.

Apartes del libro de Facundo Manes

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