jueves, 29 de enero de 2015

La influencia de la tecnología en el desarrollo del niño

La influencia de la tecnología en el desarrollo del niño.

Por: Cris Rowan / Tomado de http://www.huffingtonpost.es/ 
Especialista en Terapia Ocupacional Pediátrica.


Recordar los viejos tiempos en los que éramos niños puede ser útil para intentar comprender los problemas a los que se enfrentan los niños de hoy. Hace solo 20 años, los niños jugaban todo el día al aire libre, montaban en bicicleta, hacían deporte y construían fuertes. Los niños de antes, con su dominio de juegos imaginarios, creaban su propia forma de divertirse, que no necesitaba un equipamiento costoso ni la supervisión de los padres. Los niños de antes se movían... mucho, y su mundo sensorial era natural y sencillo. Antes, la familia pasaba gran parte del tiempo limpiando y trabajando en la casa, y los niños tenían obligaciones que cumplir a diario. La mesa del comedor era un lugar central en el que las familias se reunían para comer y hablar de cómo había ido el día, y después de cenar se convertía en el sitio en el que se hacían bizcochos, trabajos manuales y deberes.
Hoy las familias son diferentes. La influencia de la tecnología en una familia del siglo XXI está fracturando su base y causando una desintegración de los valores fundamentales que hace tiempo eran el tejido que las unía. Los padres tienen que hacer juegos malabares con la escuela, el trabajo, la casa y la vida social, y dependen enormemente de las tecnologías de la comunicación, la información y el transporte para lograr unas vidas más rápidas y eficientes. Las tecnologías del entretenimiento (televisión, internet, videojuegos, iPads, teléfonos móviles) han avanzado con tal rapidez que las familias apenas se han dado cuenta del enorme efecto y los grandes cambios que han supuesto en su estructura familiar y su estilo de vida. Un estudio llevado a cabo en 2010 por la Kaiser Foundation mostraba que los niños en edad de primaria consumen un promedio de 7,5 horas diarias de tecnologías del entretenimiento, el 75% de ellos tienen televisor en su dormitorio, y el 50% de los hogares estadounidenses tienen la televisión encendida todo el día. Ya no hay conversación en torno a la cena, sustituida por la gran pantalla y la comida para llevar.
Los niños recurren a la tecnología para la mayor parte de sus juegos, lo cual reduce los retos para su creatividad y su imaginación y los obstáculos necesarios para que su cuerpo adquiera un desarrollo sensorial y motor óptimo. Los cuerpos sedentarios y bombardeados con estímulos sensoriales caóticos generan retrasos en el cumplimiento de las etapas del desarrollo infantil, con las consiguientes repercusiones negativas en las aptitudes esenciales para la alfabetización. Los jóvenes de hoy, preparados desde el principio para la velocidad, llegan al colegio con problemas en su capacidad de autorregulación y de atención, dos elementos necesarios para aprender, y que al final acaban por ser problemas importantes de control del comportamiento para los profesores en el aula.
¿Cuál es, entonces, la influencia de la tecnología en el desarrollo del niño? Desde el punto de vista biológico, los sistemas sensorial, motor y de apego del niño, en pleno desarrollo, no han evolucionado para englobar el carácter sedentario pero enloquecido y caótico de la tecnología actual. La influencia de la tecnología y sus rápidos avances en el desarrollo del niño incluye un aumento de los trastornos físicos, fisiológicos y de conducta que los sistemas educativos y sanitarios están apenas empezando a descubrir y, desde luego, no comprenden todavía. La obesidad y la diabetes infantiles son ya epidemias nacionales en Canadá y Estados Unidos, y sus causas están relacionadas con el uso excesivo de las tecnologías. Hay diagnósticos de trastorno de déficit de atención e hiperactividad, autismo, trastorno de coordinación, retrasos en el desarrollo, habla ininteligible, dificultades de aprendizaje, trastorno del procesamiento sensorial, ansiedad, depresión y trastornos del sueño asociados al uso excesivo de las tecnologías y en alarmante aumento. Una mirada más detallada a los factores cruciales para cumplir las etapas de desarrollo y los efectos de las tecnologías en esos factores ayudaría a los padres, educadores y profesionales sanitarios a comprender mejor las complejidades de esta cuestión y a construir estrategias eficaces para reducir el uso de la tecnología.
Cuatro factores críticos y necesarios para un desarrollo saludable del niño son el movimiento, el tacto, la conexión humana y el contacto con la naturaleza. Estos tipos de aportaciones sensoriales garantizan el desarrollo normal de la postura, la coordinación bilateral, los estados óptimos de excitación y la autorregulación que hacen falta para adquirir las bases necesarias para la escolarización. Los niños pequeños necesitan dos o tres horas al día de juegos activos para adquirir una estimulación sensorial apropiada de sus sistemas vestibular, propioceptivo y táctil. La estimulación táctiol recibida al tocar, abrazar y jugar es fundamental para el desarrollo de la praxis, las pautas planificadas de movimiento. Además, el tacto activa el sistema parasimpático, que disminuye el cortisol, la adrenalina y la ansiedad. La naturaleza y el espacio verde no solo ejercen una influencia tranquilizadora sino que restablecen la atención y fomentan el aprendizaje.

miércoles, 28 de enero de 2015

Qué le está haciendo Internet a nuestros cerebros? Is Google Making us stupids?

Esta discusión viene dándose hace rato, sin que hasta ahora, y creo que va a ser difícil demostrarlo (al menos hasta los próximos 70.000 años cuando se haya presentado un cambio sustancial en el cerebro humano, tal como parece ocurrió con la escritura).

La discusión inició con Nicholas Carr y su reconocido artículo "Is Google Making us stupids? "

Aquí les dejo el artículo completo en español traducido por Manuel Gross:


?Dave, para. Para, por favor. Para, Dave. ¿Vas a parar, Dave?? Así suplica la supercomputadora HAL al implacable astronauta Dave Bowman en una famosa y fantásticamente conmovedora escena casi al final de 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick. Bowman, tras haber sido enviado a la muerte en el espacio interplanetario por la máquina descompuesta, está tranquila y fríamente desconectando los  de  que controlan su ?cerebro? artificial. ?Dave, estoy perdiendo la mente ?dice HAL, con tristeza?. Me estoy dando cuenta. Lo estoy sintiendo.?

Yo también me estoy dando cuenta, lo estoy sintiendo. En los últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien, o algo, ha estado jugueteando con mi cerebro, cambiando el esquema de su  neural, reprogramando la memoria. No es que esté perdiendo la mente ?hasta donde puedo decir?, pero me está cambiando. No estoy pensando del modo que antes lo hacía.

Me doy cuenta sobre todo cuando leo. Antes me era fácil sumergirme en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La lectura profunda que me venía de modo se ha convertido en una lucha.

Creo que sé qué está pasando. Desde hace ya más de una década, he estado pasando mucho tiempo en línea, buscando y navegando y a veces añadiendo a la gran  de datos de Internet. La red ha sido una bendición para mí como escritor. Puedo hacer en minutos la investigación que en un tiempo requería días en salas de la biblioteca o de las publicaciones periódicas. Unas pocas búsquedas en Google, algunos ?clics? rápidos en hiperenlaces(1) y obtengo el dato revelador o la cita sucinta que andaba buscando.

Incluso sin estar trabajando, es muy probable que esté hurgando en la espesura de la información de la Red: leyendo y escribiendo correos, escaneando titulares y blogs, viendo y escuchando podcasts o sencillamente saltando de en enlace. (A diferencia de las notas al , a las que muchas veces se asimilan, los hiperenlaces no sólo señalan obras que guardan relación con el tema, sino que lo lanzan a uno a ellas.)

Para mí, como para otros, la Red se está convirtiendo en un medio universal, el conducto de casi toda la información que fluye a mis ojos y oídos y entra en mi mente. Las ventajas de tener acceso inmediato a un almacén tan increíblemente rico de información son muchas y éstas han sido ampliamente descritas y debidamente aplaudidas. Clive Thomson escribió en Wired: ?La retentiva perfecta de la memoria de silicón puede ser una enorme ayuda al pensamiento.?

Pero la ayuda tiene un precio. Como señaló el teórico de los medios de difusión Marshall McLuhan en los años sesenta, éstos no son sólo canales pasivos de información. Suministran la materia para el pensamiento, pero también conforman el proceso del pensamiento. Y lo que la Red parece estar haciendo es socavar mi capacidad de concentración y contemplación. Mi mente espera ahora captar la información del modo en que la Red la distribuye: en una corriente de partículas en rápido movimiento. En un tiempo fui un submarinista en el mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo en una moto acuática.

No soy el único. Cuando les menciono mis problemas con la lectura a amigos y conocidos ?la mayoría de ellos hombres de letras? muchos dicen estar experimentando algo similar. Mientras más usan la Red, más tienen que luchar para concentrarse en escritos largos. Algunos de los bloggers que sigo también han comenzado a mencionar el fenómeno. Scout Karp, quien escribe un blog sobre los medios de difusión en línea, confesó hace poco que ha dejado por completo de leer libros. ?Hice el master en literatura en la universidad y era un voraz lector de libros ?escribió?. ¿Qué ha pasado?? Y especula la respuesta: ?¿Y si todo lo que leo es en la red, no se debe a que la forma en que leo haya cambiado, o sea, que esté sólo en busca de comodidad, sino porque mi forma de PENSAR ha cambiado??

Bruce Friedman, quien escribe regularmente blogs sobre el uso de las computadoras en la medicina, también ha descrito la forma en que Internet ha cambiado sus hábitos mentales. ?He perdido casi por entero la capacidad de leer y absorber un artículo largo en la red o impreso?, escribió a principios de año.

Friedman, patólogo miembro de larga data de la facultad de la Escuela de Medicina de la Universidad de Michigan, amplió su comentario en una conversación telefónica conmigo. Su forma de pensar, dijo, ha tomado una calidad de ?staccato?, que refleja la forma en que escanea con rapidez pasajes cortos de texto de muchas fuentes en línea. ?Ya no puedo volver a leer La guerra y la paz ?admitió?. He perdido la capacidad de hacerlo. Me resulta difícil absorber incluso un blog de más de tres o cuatro párrafos. Lo leo por encima.?

Las anécdotas por sí solas no demuestran mucho. Y todavía estamos en espera de experimentos neurológicos y psicológicos a largo plazo que brinden una imagen definitiva de la forma en que el uso de Internet afecta la cognición. Pero un estudio recién publicado de los hábitos de investigación en línea, realizado por académicos del University College de Londres, indican que muy bien podemos estar en medio de un cambio radical en la forma en que leemos y pensamos.

Como parte de un programa de investigación de cinco años, los estudiosos examinaron registros de computación que documentan el comportamiento de visitantes de dos populares sitios de investigación, uno operado por la Biblioteca Británica y el otro por un consorcio educacional del Reino Unido, que brindan acceso a artículos de revistas, libros electrónicos y otras fuentes de información escrita. Encontraron que las personas que usan los sitios exhibían ?una forma de actividad como de quien está echando una ojeada?, en que saltaban de una fuente a otra y pocas veces regresaban a una que ya hubieran visitado. Típicamente leían sólo una o dos páginas de un artículo o libro antes de ?saltar? a otro sitio. A veces salvaban un artículo largo, pero no hay pruebas de que regresaran a él y lo leyeran de verdad. Los autores del estudio informan:

      Es evidente que los usuarios no leen en línea en el sentido tradicional; de hecho hay indicios de que están surgiendo nuevas formas de ?leer? según los usuarios navegan horizontalmente por los títulos, los índices y los resúmenes buscando ganar rapidez. Casi parece que van en línea para evitar leer en el sentido tradicional. 

Gracias a la ubicuidad del texto en Internet, por no mencionar la popularidad de los mensajes de texto en los teléfonos celulares, pudiéramos estar leyendo más hoy que en los años setenta u ochenta, cuando la televisión era nuestro medio preferido. Pero es un tipo distinto de lectura y detrás de él hay un tipo distinto de pensamiento? tal vez incluso un nuevo sentido del ser. ?No sólo somos lo que leemos ?diceMaryanne Wolf, psicóloga del desarrollo de la Universidad de Tufts y autora de Proust and the Squid: The Story and Science of the Reading Brain (Proust y el calamar: La historia y la ciencia del cerebro lector)?. Somos como leemos.?

A Woolf le preocupa que el estilo de lectura que promueve la Red, un estilo que coloca la ?eficiencia? y la ?inmediatez? por encima de todo lo demás, esté debilitando tal vez nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que emergió cuando una tecnología anterior, la prensa impresa, hizo comunes y corrientes las largas y complejas obras de prosa. Cuando leemos en línea, dice, tendemos a convertirnos en ?meros descodificadores de información?. Nuestra capacidad de interpretar textos, de hacer las ricas conexiones mentales que se forman cuando leemos con profundidad y sin distracción, sigue en gran medida desconectada.

Leer, explica Wolf, no es una habilidad instintiva de los seres humanos. No está grabada en nuestros genes del modo que lo está el discurso. Tenemos que enseñar a nuestras mentes a traducir los caracteres simbólicos que vemos al lenguaje que comprendemos. Y los demás medios u otras tecnologías que usamos al aprender y practicar el arte de la lectura desempeñan un papel importante en la conformación de los circuitos neurales que se encuentran en el interior de nuestros cerebros. Los experimentos demuestran que los lectores de ideogramas, como los chinos, desarrollan un sistema de circuitos mentales para la lectura muy diferente del sistema que se encuentra en quienes, como nosotros, cuya lengua escrita emplea el alfabeto.

Las variaciones se extienden a lo largo de muchas regiones del cerebro, incluidas las que rigen funciones cognitivas tan esenciales como la memoria y la interpretación de estímulos visuales y auditivos. Podemos también prever que los circuitos tejidos por nuestro uso de la Red sean distintos a los tejidos por nuestra lectura de libros y otras obras impresas.

En algún momento de 1882, Friedrich Nietzsche compró una máquina de escribir: una Malling-Hansen Writing Bal, para mayor precisión. Le fallaba la vista y mantener los ojos enfocados en la página se le había hecho agotador y doloroso y muchas veces le provocaba fuertes dolores de cabeza. Se había visto obligado a reducir su escritura y temía que pronto le sería necesario abandonarla. La máquina de escribir lo rescató, al menos de momento. Una vez dominada la mecanografía al tacto, podía escribir con los ojos cerrados, usando sólo las yemas de los dedos. Las palabras podían fluir de nuevo de su mente a la página.

Pero la máquina tuvo un efecto más sutil sobre su obra. Uno de los amigos de Nietzsche, un compositor, observó un cambio en su estilo de escribir. Su prosa, ya de por sí tersa, se había hecho más comprimida, más telegráfica. ?Puede que con este instrumento incluso te adaptes a nuevos giros idiomáticos ?le escribió el amigo en una carta observando que, en su propia obra, sus ?«ideas» en música y lenguaje solían depender de la calidad de la pluma y el papel?.

?Tienes razón ?repuso Nietzsche?, nuestro equipo de escribir participa en la formación de nuestros pensamientos.

Bajo el influjo de la máquina, escribe el académico alemán de los medios de difusión Friedrich A. Kittler, la prosa de Nietzsche ?cambió de argumentos a aforismos, de pensamientos a juegos de palabras, del estilo retórico al telegráfico.?

El cerebro humano es casi infinitamente maleable. La gente pensaba que nuestro engranaje mental ?las densas conexiones que se forman entre los 100 billones de neuronas que se encuentran dentro de nuestros cráneos? estaba en gran medida fijado para el momento en que alcanzábamos la edad adulta. Pero los investigadores del cerebro han descubierto que no es así. James Olds, profesor de neurociencia que dirige el Instituto Krasnow de Estudios Avanzados en la Universidad George Mason, afirma que incluso la mente adulta ?es muy plástica?. Las neuronas normalmente rompen conexiones viejas y forman nuevas. Según Olds, ?el cerebro tiene la capacidad de reprogramarse a la carrera, cambiando la forma en que funciona.?

Según usamos lo que el sociólogo Daniel Bell ha llamado nuestras ?tecnologías individuales? ?los instrumentos que amplían nuestras capacidades mentales más bien que físicas? inevitablemente comenzamos a adoptar las cualidades de esas tecnologías.

El reloj mecánico, que comenzó a usarse corrientemente en el siglo XIV, brinda un ejemplo convincente. En Technics and Civilization (Técnicas y civilización), el historiador y crítico de la cultura Lewis Mumford describió la forma en que el reloj ?desasoció el tiempo de los sucesos humanos y contribuyó a crear la idea de un mundo independiente de secuencias matemáticamente mensurables?. El ?marco abstracto de tiempo dividido? se convirtió en ?el punto de referencia de la acción y el pensamiento?.

El tictac metódico del reloj contribuyó al surgimiento de la mente científica y del científico, pero también se llevó algo. Como observó el difunto científico de computación del MIT(2)Joseph Weizenbaum en su libro de 1976, Computer Power and Human Reason: From Judgment to Calculation (El poder de la computadora y la razón humana: del juicio al cálculo), la concepción del mundo que surgió del empleo extendido de los instrumentos de llevar el tiempo ?sigue siendo una versión empobrecida del antiguo, porque descansa en un rechazo de las experiencias directas que formaban la base de la antigua realidad y, de hecho, la constituían.? Al decidir cuándo comer, trabajar, dormir, levantarse, dejamos de escuchar a nuestros sentidos y comenzamos a obedecer el reloj.

El proceso de adaptación a nuevas tecnologías intelectuales se refleja en las cambiantes metáforas que usamos para explicarnos a nosotros mismos. Cuando llegó el reloj mecánico, las personas comenzaron a pensar que sus cerebros operaban ?como mecanismos de relojería?. Hoy, en la era del software, hemos llegado a pensar que operan ?como computadoras?. Pero los cambios, nos dicen las neurociencias, son mucho más profundos que la metáfora. Gracias a la plasticidad de nuestro cerebro, la adaptación se produce también en el nivel biológico.

Internet promete tener efectos de especial alcance en la cognición. En un trabajo publicado en 1936, el matemático británico Alan Turing demostró que era posible programar una computadora digital, que en aquella época existía sólo como máquina teórica, para que realizara la función de cualquier otro dispositivo de procesamiento de información. Eso es lo que estamos presenciando hoy. Internet, un sistema de computación inconmensurablemente poderoso, está subsumiendo la mayoría de nuestras otras tecnologías intelectuales. Se está convirtiendo en nuestro mapa y nuestro reloj, nuestra imprenta y nuestra máquina de escribir, nuestra calculadora y nuestro teléfono, nuestro radio y nuestra televisión.

Cuando la Red absorbe un medio, ese medio se recrea a la imagen de la Red. Inyecta el contenido del medio con hiperenlaces, anuncios de parpadeo y otras baratijas digitales y rodea el contenido con el contenido de todos los demás medios que ha absorbido. Un mensaje nuevo de correos, por ejemplo, puede anunciar su llegada mientras estamos revisando los últimos titulares de un sitio de prensa. El resultado es dispersar nuestra atención y difundir nuestra concentración.

Tampoco termina la influencia de la Red en los márgenes de la pantalla de la computadora. Al irse sintonizando las mentes de las personas al enloquecido conjunto de medios de Internet, los medios tradicionales deben adaptarse a las nuevas expectativas del público.

Los programas de televisión añaden textos que se deslizan por la pantalla y anuncios que surgen de repente; revistas y diarios acortan sus artículos, introducen resúmenes en cápsulas y rellenan sus páginas con fragmentos de información fáciles de rastrear. Cuando en marzo de este año The New York Times decidió dedicar la segunda y tercera páginas de cada edición a resúmenes de artículos, su director de diseño Tom Bodkin explicó que los ?atajos? darían a los lectores atribulados un ?tanteo? rápido de las noticias del día ahorrándoles el método ?menos eficiente? de volver las páginas y leer los artículos. Los medios antiguos tienen poca opción más que jugar con las reglas de los medios nuevos.

Nunca ha desempeñado un sistema de comunicación tantos papeles en nuestras vidas ?o ejercido una influencia tan amplia sobre nuestros pensamientos? como hace hoy Internet. Pero, a pesar de todo lo que se ha escrito sobre la Red, se ha pensado poco en cómo exactamente nos está reprogramando. La ética intelectual de la Red sigue siendo oscura.

Aproximadamente por el tiempo en que Nietzsche comenzó a usar su máquina de escribir, un joven serio llamado Frederick Winslow Taylor fue con un cronómetro a la planta Midvale Steel de Filadelfia y comenzó una histórica serie de experimentos destinada a mejorar la eficiencia de sus maquinistas. Con aprobación de los propietarios de Midvale, tomó a un grupo de obreros, los puso a trabajar en varias máquinas de elaborado de metales y registró y midió el tiempo de cada uno de sus movimientos así como las operaciones de las máquinas. Dividiendo cada tarea en una secuencia de pequeños pasos discretos y luego ensayando formas distintas de realizar cada una, Taylor creó un conjunto de instrucciones precisas ?un ?algoritmo? pudiéramos decir hoy? de cómo debía trabajar cada obrero.

Los empleados de Midvale rezongaron sobre el estricto régimen nuevo, diciendo que los convertía en poco más que autómatas, pero la productividad de la fábrica se disparó.

Más de cien años después de la invención del motor de vapor, la Revolución Industrial al fin había encontrado sus bases filosóficas y su filósofo. La apretada coreografía industrial de Taylor ?su ?sistema?, como le agradaba llamarlo? fue aceptada por fabricantes de todo el país y, con el tiempo, de todo el mundo. Procurando la mayor rapidez, eficiencia y producción, los dueños de fábricas utilizaban los estudios de tiempo y movimiento para organizar el trabajo y configurar las tareas de sus trabajadores.

El objetivo, como definió Taylor en su célebre tratado de 1911,The Principles of Scientific Management (Los principios de la gestión moderna), era identificar y adoptar, para cada tarea, ?un mejor método? de trabajo y con ello efectuar ?la sustitución gradual de la ciencia por la regla empírica en todas las artes mecánicas?. Una vez que se aplicara este sistema en todos los actos de trabajo manual, aseguró Taylor a sus seguidores, brindaría una reestructuración no sólo de la industria, sino de la sociedad, creando la utopía de la eficiencia perfecta. ?En el pasado el hombre había sido lo primero ?declaró?, en el futuro lo será el sistema.?

El sistema de Taylor sigue en gran medida con nosotros: sigue siendo la ética de la manufactura industrial. Y ahora, gracias al creciente poder que los ingenieros en computación y codificadores de software ejercen sobre nuestras vidas intelectuales, la ética de Taylor comienza a regir también la esfera de la mente. Internet es una máquina diseñada para la recolección, transmisión y manipulación automatizada de información y sus legiones de programadores están concentrados en encontrar el ?mejor método único? ?el algoritmo perfecto? para llevar a cabo cada movimiento mental de lo que hemos llegado a describir como ?trabajo de conocimiento?.

La sede de Google, en Moutain View, California ?elGoogleplex? es el santuario supremo de Internet y la religión que se practica dentro de sus paredes es el taylorismo. Google, al decir de su ejecutivo principal, Eric Schmidt, es ?una compañía fundada en torno a la ciencia de la medición? y se esfuerza en ?sistematizar todo? lo que hace. Según elHarvard Business Review, haciendo uso de los terabytes de datos de conducta que recoge mediante su motor de búsqueda(3) y otros sitios, realiza miles de experimentos diarios y utiliza los resultados para refinar los algoritmos que controlan cada vez más la forma en que las personas encuentran información y extraen significado de ella. Lo que Taylor hizo para el trabajo manual, Google lo está haciendo para el trabajo mental.

La compañía ha declarado que su misión es ?organizar la información mundial y hacerla universalmente accesible y útil?. Procura desarrollar ?el motor de búsqueda perfecto? al que define como algo que ?entiende exactamente lo que uno quiere decir y le devuelve exactamente lo que desea?. Al entender de Google, la información es un tipo de producto, un recurso utilitario que puede extraerse y procesarse con eficiencia industrial. Mientras más sean las piezas de información a las que uno pueda ?acceder? y mientras con mayor rapidez podamos extraer lo esencial de ellas, más productivos nos hacemos como pensadores.

¿Dónde termina esto? Sergey Brin y Larry Page, los dotados jóvenes que fundaron Google cuando hacían su doctorado en ciencias de computación en Stanford, hablan con frecuencia de su deseo de convertir su motor de búsqueda en una inteligencia artificial, una máquina al estilo de HAL que sea posible conectar directamente a nuestros cerebros. ?El motor de búsqueda supremo es tan inteligente como las personas? o más ?afirmó Page hace unos años en un discurso?. Para nosotros, trabajar en búsqueda es una forma de trabajar en inteligencia artificial.?

En una entrevista concedida a Newsweek en 2004, Brin comentó: ?No hay dudas de que si uno tuviera toda la información del mundo unida directamente al cerebro, o un cerebro artificial que fuera más listo que el propio, estaría uno mejor.? El año pasado Page dijo en una convención de científicos que Google ?en realidad trata de construir una inteligencia artificial y de hacerlo en gran escala?.

Una ambición de este tipo es natural, incluso admirable, para un par de genios matemáticos con vastas cantidades de dinero a su disposición y un pequeño ejército de científicos de computación en su empleo. Google, una empresa fundamentalmente científica, está motivada por un deseo de usar la tecnología, en palabras de Eric Schmidt, ?para solucionar problemas que nunca antes se han solucionado? y la inteligencia artificial es el problema más difícil que hay. ¿Por qué no habrían de ser Brin y Page quienes lo resolvieran?

De todos modos, su suposición fácil de que estaríamos ?mucho mejor? si una inteligencia artificial complementara, o incluso sustituyera, nuestros cerebros resulta inquietante. Ésta indica una creencia en que la inteligencia es producto de un proceso mecánico, una serie de pasos discretos que es posible aislar, medir, optimizar. En el mundo de Google, el mundo en que entramos al entrar en línea, hay poco espacio para la falta de claridad de la contemplación. La ambigüedad no es una apertura para la visión, sino una falla que debe arreglarse. El cerebro humano es sólo una computadora anticuada que necesita un procesador más rápido y un disco duro mayor.

La idea de que nuestras mentes deben operar como máquinas de procesamiento de datos de alta velocidad no sólo está incorporada al funcionamiento de Internet, sino que es también el modelo comercial reinante de la red. Mientras con mayor rapidez naveguemos por la Red ?mientras más enlaces podamos cliquear y más páginas veamos? más oportunidades ganan Google y otras empresas de recopilar información sobre nosotros y alimentarnos anuncios.

La mayoría de los propietarios de Internet comercial tienen interés financiero en recopilar los mendrugos de datos que dejamos atrás cuando revoloteamos de enlace en enlace? mientras más mendrugos, mejor. Lo último que desean estas empresas es fomentar la lectura pausada o el pensamiento concentrado, lento. Es interés económico suyo llevarnos a la distracción.

Puede que yo sea sólo una persona que se preocupa más de lo debido. Del mismo modo que existe una tendencia a glorificar el avance tecnológico, existe una tendencia opuesta a esperar lo peor de todo instrumento o máquina nueva.

En la Fedra de PlatónSócrates se lamentaba del desarrollo de la escritura. Temía que, según las personas comenzaran a confiar en la palabra escrita como sustituto del conocimiento que antes llevaban dentro de las cabezas, en palabras de uno de los personajes del diálogo, ?dejaran de ejercitar su memoria y se hicieran olvidadizas?. Y como podrían ?recibir una cantidad de información sin instrucción adecuada?, se les ?considerara muy conocedores cuando la mayoría es bien ignorante?. Estarían ?llenas de la presunción de sabiduría en lugar de verdadera sabiduría?.

Sócrates no se equivocaba ?la nueva tecnología muchas veces tuvo los efectos que temió?, pero fue miope. No podía prever las muchas formas en que la escritura y la lectura servirían para extender la información, estimular ideas nuevas y expandir el conocimiento (cuando no la sabiduría) humana.

La llegada de la imprenta de Gutenberg en el siglo XV provocó otra ronda de rechinamiento de dientes. Al humanista italiano Hieronimo Squarciafico le preocupaba que a disponibilidad fácil de los libros condujera a pereza intelectual, haciendo a los hombres ?menos estudiosos? y debilitando sus mentes. Otros aducían que los libros y publicaciones impresas baratas socavarían la autoridad religiosa, degradarían el trabajo de eruditos y escribas y extenderían la sedición y el libertinaje. Como observa el profesor de la Universidad de Nueva York Clay Shirky: ?La mayoría de los argumentos que se opusieron a la imprenta fueron correctos, incluso proféticos.? Pero, de nuevo, los agoreros no fueron capaces de imaginar la miríada de bendiciones que brindaría la palabra impresa.

De modo que sí, deben mostrarse escépticos hacia mi escepticismo. Puede que aquellos que descarten a quienes critican Internet por considerarlos luditas o nostalgistas tengan la razón y de nuestras mentes hiperactivas, alimentadas de datos, surja una era dorada de descubrimiento intelectual y sabiduría universal.

Pero, de nuevo, la Red no es el alfabeto y aunque pueda sustituir a la imprenta produce algo por completo diferente. El tipo de lectura profunda que promueve una secuencia de páginas impresas es valiosa no sólo por el conocimiento que adquirimos de las palabras del autor, sino por las vibraciones intelectuales que esas palabras desencadenan en nuestras propias mentes. En los espacios de calma abiertos por la lectura sostenida, sin distracción, de un libro o, si a eso vamos, por cualquier otro acto de contemplación, realizamos nuestras asociaciones, trazamos nuestras propias inferencias y analogías, promovemos nuestras propias ideas. La lectura profunda, como afirma Maryanne Wolf, es indistinguible del pensamiento profundo.

Si perdemos esos espacios de quietud o los llenamos de ?contenido?, sacrificaremos algo importante no sólo de nuestro propio ser, sino de nuestra cultura. En un ensayo reciente, el dramaturgo Richard Foreman describió con elocuencia lo que está en juego:

      ?Procedo de una tradición de cultura occidental en que el ideal (mi ideal) era la estructura compleja, densa, como una catedral de la personalidad de alta educación y expresión, el hombre o mujer que llevaba dentro de sí una versión individualmente construida y singular del patrimonio completo de Occidente. [Pero ahora] veo dentro de todos nosotros (yo incluido) la sustitución de la compleja densidad interna por un nuevo tipo de ser que evoluciona bajo la presión de la sobrecarga de información y la tecnología de lo ?instantáneamente disponible?. 

Según se nos drena de nuestro ?repertorio interno de denso patrimonio cultural?, concluyó Foreman, nos arriesgamos a convertirnos en ?gente tan extendida y fina como una crepa según nos conectamos con la vasta red de información a la que se accede tan sólo tocando un botón.?

Me persigue esa escena de 2001. Lo que la hace tan conmovedora, y tan extraña, es la respuesta emocional de la computadora al desmonte de su mente: su desesperación cuando se va oscureciendo un circuito tras otro, su súplica infantil al astronauta ??Lo estoy sintiendo. Lo estoy sintiendo. Tengo miedo?? y su reversión final a lo que sólo puede recibir el nombre de estado de inocencia. La emanación de sentimientos de HAL contrasta con la impasibilidad que caracteriza a las figuras humanas del film, que hacen lo que tienen que hacer con eficiencia casi robótica. Sus pensamientos y acciones parecen preparados de antemano, como si siguieran los pasos de un algoritmo.

En el mundo de 2001, las personas se han hecho tan similares a máquinas que el carácter más humano resulta ser la máquina. Esa es la esencia de la oscura profecía de Kubrick: según confiemos en las computadoras para mediar nuestra comprensión del mundo es nuestra propia inteligencia la que se aplana hasta convertirse en inteligencia artificial.

martes, 27 de enero de 2015

Qué es lo especial del cerebro humano? / What is so special about the human brain?

El cerebro humano es desconcertante. Es curiosamente grande dado el tamaño de nuestro cuerpo, utiliza una gran cantidad de energía de acuerdo a su peso y tiene un extrañamente densa corteza cerebral. ¿Pero por qué? La neurocientífica Suzana Herculano-Houzel se pone su capa de detective y nos guía a través de este misterio. Haciendo una "sopa de cerebro", llega a una conclusión sorprendente: Cocinar los alimentos fue clave para el desarrollo del cerebro. Parece simple, pero es más complejo y asombroso.

Recuerden que las conferencias TED tienen la opción de subtítulos en diferentes idiomas.


Leer novelas genera nuevas conexiones en el cerebro

Science Shows Something Surprising About People Who Still Read Fiction


By Gabe Bergado  

They tend to be more empathetic toward others. 
It's not news that reading has countless benefits: Poetry stimulates parts of the brain linked to memory and sparks self-reflection; kids who read the Harry Potter books tend to be better people. But what about people who only read newspapers? Or people who scan Twitter all day? Are those readers' brains different from literary junkies who peruse the pages of 19th century fictional classics? 
Short answer: Yes — reading enhances connectivity in the brain. But readers of fiction? They're a special breed. 
The study: A 2013 Emory University study looked at the brains of fiction readers. Researchers compared the brains of people after they read to the brains of people who didn't read. The brains of the readers — they read Robert Harris' Pompeii over a nine-day period at night — showed more activity in certain areas than those who didn't read.
Specifically, researchers found heightened connectivity in the left temporal cortex, part of the brain typically associated with understanding language. The researchers also found increased connectivity in the central sulcus of the brain, the primary sensory region, which helps the brain visualize movement. When you visualize yourself scoring a touchdown while playing football, you can actually somewhat feel yourself in the action. A similar process happens when you envision yourself as a character in a book: You can take on the emotions they are feeling.

It may sound hooey hooey, but it's true: Fiction readers make great friends as they tend to be more aware of others' emotions. 
This is further apparent in a 2013 study that investigated emotional transportation, which is how sensitive people are to others' feelings. Researchers calculated emotional transportation by having participants express how a story they read affected them emotionally on a five-point scale — for example, how the main character's success made them feel, and how sorry they felt for the characters. 
In the study, empathy was only apparent in the groups of people who read fiction and who were emotionally transported. Meanwhile, those who were not transported demonstrated a decrease in empathy. 

Need more proof? Psychologists David Comer Kidd and Emanuele Castano at the New School for Social Research focused on the effect of literary fiction, rather than popular fiction, on readers. 
For the experiment, participants either read a piece of literary fiction or popular fiction, followed by identifying facial emotions solely through the eyes. Those who read literary fiction scored consistently higher, by about 10%. 
"We believe that one critical difference between lit and pop fiction is the extent to which the characters are complex, ambiguous, difficult to get to know, etc. (in other words, human) versus stereotyped, simple," Castano wrote to Mic

Literary fiction enhanced participants' empathy because they had to work harder at fleshing out the characters. The process of trying to understand what those characters are feelings and the motives behind them is the same in our relationships with other people. 
As the Guardian reports, Kidd argues that applying the skills we use when reading critically to the real world makes sense because "the same psychological processes are used to navigate fiction and real relationships. Fiction is not just a simulator of a social experience, it is a social experience."
The world around is as real as it gets. Might as well indulge in some fiction. Science says it'll make you better at interacting with people. 

miércoles, 7 de enero de 2015

La Ciencia tiene buenas noticias para aquellos que leen libros en papel. (Inglés)

It's no secret that reading is good for you. Just six minutes of reading is enough to reduce stress by 68%, and numerous studies have shown that reading keeps your brain functioning effectively as you age. One study even found that elderly individuals who read regularly are 2.5 times less likely to develop Alzheimer's than their peers. But not all forms of reading are created equal.


The debate between paper books and e-readers has been vicious since the first Kindle came out in 2007. Most arguments have been about the sentimental versus the practical, between people who prefer how paper pages feel in their hands and people who argue for the practicality of e-readers. But now science has weighed in, and the studies are on the side of paper books. 
Reading in print helps with comprehension. 
A 2014 study found that readers of a short mystery story on a Kindle were significantly worse at remembering the order of events than those who read the same story in paperback. Lead researcher Anne Mangen of Norway's Stavanger University concluded that "the haptic and tactile feedback of a Kindle does not provide the same support for mental reconstruction of a story as a print pocket book does."
Our brains were not designed for reading, but have adapted and created new circuits to understand letters and texts. The brain reads by constructing a mental representation of the text based on the placement of the page in the book and the word on the page. 
The tactile experience of a book aids this process, from the thickness of the pages in your hands as you progress through the story to the placement of a word on the page. Mangen hypothesizes that the difference for Kindle readers "might have something to do with the fact that the fixity of a text on paper, and this very gradual unfolding of paper as you progress through a story is some kind of sensory offload, supporting the visual sense of progress when you're reading."
While e-readers try to recreate the sensation of turning pages and pagination, the screen is limited to one ephemeral virtual page. Surveys about the use of e-readers suggest that this affects a reader's serendipity and sense of control. The inability to flip back to previous pages or control the text physically, either through making written notes or bending pages, limits one's sensory experience and thus reduces long-term memory of the text.

Reading long sentences without links is a skill you need — but can lose if you don't practice. 
Reading long, literary sentences sans links and distractions is actually a serious skill that you lose if you don't use it. Before the Internet, the brain read in a linear fashion, taking advantage of sensory details to remember where key information was in the book by layout. 
As we increasingly read on screens, our reading habits have adapted to skim text rather than really absorb the meaning. A 2006 study found that people read on screens in an "F" pattern, reading the entire top line but then only scanning through the text along the left side of the page. This sort of nonlinear reading reduces comprehension and actually makes it more difficult to focus the next time you sit down with a longer piece of text.
Tufts University neuroscientist Maryanne Wolf worries that "the superficial way we read during the day is affecting us when we have to read with more in-depth processing." Individuals are increasingly finding it difficult to sit down and immerse themselves in a novel. As a result, some researchers and literature-lovers have started a "slow reading" movement, as a way to counteract their difficulty making it through a book.

Reading in a slow, focused, undistracted way is good for your brain.
Slow-reading advocates recommend at least 30 to 45 minutes of daily reading away from the distractions of modern technology. By doing so, the brain can reengage with linear reading. The benefits of makingslow reading a regular habit are numerous, reducing stress and improving your ability to concentrate. 
Regular reading also increases empathy, especially when reading a print book. One study discovered that individuals who read an upsetting short story on an iPad were less empathetic and experienced less transportation and immersion than those who read on paper. 
Reading an old-fashioned novel is also linked to improving sleep. When many of us spend our days in front of screens, it can be hard to signal to our body that it's time to sleep. By reading a paper book about an hour before bed, your brain enters a new zone, distinct from that enacted by reading on an e-reader. 
Three-quarters of Americans 18 and older report reading at least one book in the past year, a number which has fallen, and e-books currently make up between 15 to 20% of all book sales. In this increasingly Twitter- and TV-centric world, it's the regular readers, the ones who take a break from technology to pick up a paper book, who have a serious advantage on the rest of us.
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